Nota de Jorge Salim: Este es el primer artículo que publicamos con la nueva modalidad de participación de los lectores del blog. Es un cuento humorístico, pero real, con el que queda expuesto el famoso mito del empleado público.
El negro Cherrea
Petisón, gordo pero también musculoso, unos 100 kilos en 165 cm de altura; con un corte de pelo estilo "sacapuntas", porque la cabeza parecía ser puntiaguda. No tenía cuello, los hombros empezaban en las orejas, las cuales estaban alejadas de la cabeza, como dos antenas parabólicas. Nariz corta y respingona, tanto que si se la miraba de frente, se le veían los agujeritos. Buena dentadura, con los caninos inferiores algo grandes. En resumen, parecía un jabalí de dos patas, y olía como tal...
El negro Cherrea era uno de esos misterios administrativos del estado uruguayo; nunca se supo de donde había venido ni como había recalado en la institucion, algunos decían que cuando se creó el banco con la Constitución del '67, el negro ya estaba ahí adentro y como nadie sabía qúe hacer con él, lo dejaron que se quedara, como quien encuentra un perro callejero que se aquerencia en el jardín de su casa y no se quiere ir, por más que uno trate de echarlo.
El negro sabía leer y escribir, eso era claro, el diario se lo leía todo y varias veces durante el día, aunque por los comentarios que hacía después, se notaba que no entendía un carajo, salvo los resultados deportivos, con lo cual quedaba comprobado que algo de aritmética básica también conocía. Era claro que también sabía escribir, bueno, por lo menos a máquina, y con dos dedos, uno de cada pezuña, eran cortos y gruesos como chorizos de copetín, o mas bien, como morcillas tomando en cuenta el color de los mismos. Con esas extremidades vapuleaba con entusiasmo una vieja Olivetti manual; completaba formularios de licencia (para él), formularios de permiso de salida (para él), formularios de pedidos de útiles de oficina (para sus hijos en edad escolar) y alguna otra cosa más; la llegada de las maquinas de escribir electricas lo llenó de pavor, carecían de la palanca para saltar de línea y volver el carro a la posición inicial, y los cambios para el negro Cherrea eran una abominación. Todos se le burlaban por esa manía, pero el negro tenía su desquite cuando esporádicamente había un apagón, ahí se sacaba el gusto de castigar a toda la sección con su voz de camionero y su lenguaje subido de tono.
La función del negro en el Banco..., esa sí que era una interrogante para Martini Pregunta; detentaba el cargo de "Sobrestante", el creía que tenía que inspeccionar las estanterías de todas las oficinas y no hubo jefe que lo convenciera de lo contrario; al final lo dejaron que hiciera lo que se le viniera en gana, porque en definitiva, el negro ni siquiera cumplía con el trabajo que él pensaba que tenía que cumplir.
En determinado momento algún jerarca tuvo la mala idea de nombrarlo supervisor de la limpieza; al negro se le había cumplido el sueño de su vida!!, tenía bajo su mando a todas las limpiadoras; su error fue creer que eso le daba derechos sexuales sobre esas mujeres (una masa de cucarachones incomibles, pero para el negro era un harén digno de Harun-al-Rashid). La cantidad de denuncias creció en progresión geométrica, tanto que el "sultán" fue derrocado a las pocas semanas de subir al trono.
No era de tomar diariamente, pero cuando se abocaba a ese asunto, era dificil de aguantar. Las comidas de sección eran sus preferidas; ahí se cobraba un ticket único, sin importar si cada asistente tomaba mucho o poco. Cherrea no estaba en el último de esos grupos, en realidad tampoco estaba entre los que tomaba mucho, era el único integrante del grupo que tomaba "demasiado". Su sección era famosa por organizar una terrible comilona el 24 de diciembre a las 13:00 en la propia oficina, la cual se extendía hasta el final de la tarde. En una de esas pantagruélicas ingestas el negro se empezó a sentir mal; ya estaba muy mamado y como pudo, arrancó por el largo corredor hasta el baño; cuando llegó frente a uno de los cubículos, el mareo se apoderó de su cabeza y se cayó dentro del cubiculo, entre la pared y el inodoro y ahí se quedó trancado. Para peor el golpe en las costillas hizo que se vomitara encima, después se desmayó o bien se quedó dormido, el hecho es que sus compañeros tenían la ingrata tarea de tratar de destrancar al jabalí aprisionado en el baño y para peor, todo enchastrado de alimentos medio digeridos y jugo gástrico. Una verdadera asquerosidad, tanto que, una vez comprobado que estaba dormido, decidieron dejarlo sólo y que se levantara por su cuenta una vez que se despertara.
En otra ocasión, también mamadito, tuvo la desgracia de confundir al Gerente General con uno de los porteros; hay que decir la verdad, ambos eran parecidos, pero cualquier cristiano que hubiera estado sobrio hubiera notado las diferencias. El asunto fue cuando el jerarca invitado al ágape, impecablemente trajeado, se inclinó sobre una de las mesas del buffet para servirse un sandwich; en ese momento Cherrea, con la vista bastante nublada, vio la oportunidad de gastarle una broma al que creia era su amigo y se abalanzó sobre él, lo tomó "de las ancas" y como quien dice, "lo sometió a sus bajos instintos" profiriendo airados gritos de placer. Ante el ataque, el jerarca, no sin cierto esfuerzo, consiguío liberarse de la imprevista cópula y encaró al entusiasta padrillo: "Pero que está haciendo Cherrea!!!!" le espetó. La cara del negro es imposible de describir con palabras, en serio, es difícil entender como una borrachera puede desaparecer en fracciones de segundo, dando paso a una mezcla de miedo, estupor y ropa interior sucia. El negro se quedó duro, ni parpadeaba, su ojos como dos huevos duros imploraban una inalcanzable clemencia gerencial. El jerarca, visiblemente humillado, lo miró en forma iracunda y se retiró sin decir palabra. Aquella debe haber sido la peor Navidad para Cherrea; no sabía como decirle a su mujer que iba a ser despedido, y menos los motivos por los cuales le iban a dar salitre. Al final optó por la decisión más sabia: no le dijo nada y se dedicó a las actividades típicas de la fecha, comer, chupar y tirar bombas brasileras a la hora de la siesta.
Por esas raras situaciones del estado benefactor, la sentencia no se cumplió, fue generosamente indultado y Cherrea continuó aporreando su vieja Olivetti hasta que le llegó la edad jubilatoria, no quería retirarse porque en el banco se sentía como pez en el agua; que hacía? NADA!!. Quizá por ese motivo nunca volvió de visita y no supimos más de él.
Autor: Ricardo Giuntoli
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